Desde siempre había deseado ser madre, pero me costó mucho quedarme embarazada. Nos informaron que mi pareja era el causante de tal dificultad, dado que tenía los espermatozoides vagos, así que tuvimos que hacer tratamientos de fertilidad.
Es un proceso muy duro, en el cual te inyectan hormonas. La primera vez que me lo hicieron estaba nerviosa y asustada, pero también alegre porque confiaba en que daría buen resultado.
Al cabo de un mes me recomía la incertidumbre de si me vendría el período… pero, afortunadamente, no me vino. El segundo mes se repitió el proceso de duda inicial y alivio posterior. Al tercer mes se me partió el corazón cuando vi que volvía a manchar. Me invadió una sensación de impotencia porque había depositado toda mi energía y fe en que el proceso saldría bien; incluso había comprado ropa de bebé y le había dicho a los más allegados que seríamos padres.
No obstante, más duro que perder al bebé fue la reacción de la gente al enterarse de la noticia. Comentarios como “eres joven”, “lo puedes volver a intentar”, “ya tienes un hijo”… son como una bofetada en la cara. Sé que lo dicen con la mejor intención, pero, aun así, duele mucho. Lo más reconfortante sería dar un abrazo y simplemente escuchar.
Pasado un tiempo, por fin lo conseguí y actualmente soy madre de dos hijas.