Siendo padres de dos niños, estábamos convencidos de que no deseábamos más hijos, pero, a medida que estos fueron creciendo, cambiamos de opinión.
A la edad de cuarenta años volví a quedarme embarazada de un tercer varón. De nuevo, mi marido y yo sentimos aquella poderosa fuente de ilusión en nuestras almas, una nueva semilla germinando gracias al amor que nos unía.
Las dos primeras ecografías fueron un soplo de vida y alegría tanto para nosotros como para nuestros pequeños. Desgraciadamente, la tercera, realizada a las veinte semanas de gestación, no fue así.
Sutilmente nos anunciaron que el diminuto corazón había dejado de latir, aparentemente sin motivo alguno. Me atrevería a decir que mi corazón le imitó, siquiera durante unos segundos. Aquello supuso para mí una experiencia devastadora puesto que, pese a la frecuencia de estas pérdidas, nunca esperas vivirla en primera persona.
Sin embargo, he de decir que tanto las comadronas como las enfermeras que me atendieron me mostraron su empatía y permitieron que mi marido me acompañara en todo momento.
Un año después volví a quedar embarazada, esta vez de una niña preciosa que se gestó sin problema y que se está desarrollando maravillosamente.