Siempre decían: tranquila, todo pasará, eres joven, es el primero, ya tendrás otro…
Palabras repetidas una y otra vez, sin mala intención, pero haciéndolas presentes.
Cuando una madre pierde un hijo en estas circunstancias (y más, si es el primero) es muy duro y no eres capaz de entender nada, ni siquiera tu cerebro funciona lógicamente.
Aquella frialdad del hospital, de los pasillos, de los que te acompañan…
La palabra mágica y lo que esperas: acompañamiento.
Situación: 37 semanas de gestación.
Síntomas: dolores de parto – parto normal.
Ingreso: Urgencias.
Diagnóstico: desprendimiento de placenta provocando la muerte del feto.
Lugar: Dexeus
Ginecólogo 1: el especialista que llevaba mi embarazo no se presentó… ¡tenía trabajo!
Palabras del ginecólogo 1: “No te preocupes, esto le ha pasado a mucha gente”. Evidentemente, nunca más me he vuelto a poner en sus manos.
Doctora de urgencias: ella y su equipo de guardia en urgencias (era festivo) fueron los únicos que me apoyaron en ese momento.
Ubicación: Dexeus – Planta de los bebés. Muy poca vista, la verdad. Las asistentes de la limpieza (pobres!) preguntando por la niña que había nacido. Evidentemente, no sabían nada – poca información.
Ginecólogo 2: el especialista que lo sustituyó en ese momento es mi actual ginecólogo y quien ha hecho el seguimiento de mis 2 embarazos y ayudó a nacer a mis dos hijas.
Buen seguimiento, tanto físico como psíquico.
Conclusión: me tuve que espabilar sola, asumiendo todo lo que había pasado.
Aunque es necesario que te acompañen en los primeros momentos, básicamente porque no entiendes nada, debes “pasar página” y seguir adelante.
Siempre lo tendrás en un rincón de tu cerebro, pero no has de reincidir en el pensamiento negativo.
Me esperé un año para volver a quedarme embarazada.
Mis dos hijas nacieron sin ningún problema.